Alcohol y gasto público

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Por Albert Calderó

La riqueza de excusas con que los alcohólicos justifican su adicción y aplazan una y otra vez la terapia es proverbial: "No soy alcohólico, sólo bebo un poquito". "Lo controlo, si quisiera lo dejaría ahora mismo". "El alcohol me consuela de mis muchos problemas", etcétera, etcétera.

Es lo mismo que les sucede a muchos políticos, directivos y técnicos de nuestras instituciones públicas con la adicción que hace estragos entre ellos, la adicción al incremento del gasto público. Como con el alcohol, la adicción se adquirió cuando estaba socialmente aceptada y justificada: durante treinta años se aceptó que era necesario incrementar el gasto público, que estaba muy por detrás del grado de desarrollo de nuestra economía. Pero de este modo el gasto público fue subiendo, y subiendo, y subiendo, y hace ya años que hemos superado a la mayoría de países de nuestro nivel de desarrollo en la proporción de nuestro gasto público sobre el PIB. Pero treinta años de crecimiento explosivo del gasto han creado adicción, y muchas instituciones de todos los colores políticos no saben hoy hacer otra cosa que gestionar el incremento continuo del gasto.

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Ahora la excusa de moda es que los problemas de presupuesto son culpa de la crisis, que se trata de aguantar un año o dos y todo se resolverá milagrosamente. Qué tontería. La crisis no cambiará nuestros hábitos institucionales: el hábito de ampliar la plantilla con la menor excusa y no reducirla nunca, el hábito de encontrar o inventar continuamente nuevas necesidades sociales prioritarias sin que ningún otro gasto deje de ser prioritario, el hábito de hacer publicidad de servicios públicos muy deficitarios para que la gente se digne a consumirlos, el hábito de crear nuevos servicios públicos muy deficitarios que arruinen a los empresarios privados que prestaban esos mismos servicios, el hábito de gastar antes de pensar, el hábito de que todos los gastos nuevos se convierten en fijos. ¿Alguien puede creer que todos estos hábitos desaparecerán mágicamente cuando la crisis acabe?

La crisis ha convertido el hábito de gastar cada vez más en la ansiedad momentánea por no poder hacerlo como antes. Como el alcohólico que de pronto se da cuenta de que no le queda alcohol en casa y todas las tiendas están cerradas. Una temporada de abstención forzosa no cambia los hábitos de treinta años.

El problema de fondo es que nunca, nunca, nunca más volveremos a los ritmos de crecimiento de los ingresos públicos de hace unos años, y que el déficit real de casi todas nuestras instituciones está ya hoy más allá de lo sostenible. Todas las señales de alarma están en rojo.

Precisamente por esto la crisis debería ser la oportunidad para iniciar ahora mismo una terapia rehabilitadora. Pero una verdadera terapia de la cúpula política, directiva y técnica de cada institución para el cambio de hábitos de gestión. Ahora es muy fácil justificar ante la ciudadanía medidas reales y efectivas de ahorro. Ahora es políticamente rentable. Ahora es económicamente inevitable. Ahora o nunca.



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