La enfermedad de los costes de los servicios públicos

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Por Albert Calderó

Sir Winston S Churchill

William Baumol es un profesor de Economía de la Universidad de Nueva York que acaba de publicar, a sus 90 años, “The Cost Disease: Why Computers Get Cheaper and Health Care Doesn’t” (La enfermedad de los costes: Porqué los ordenadores son cada vez más baratos y la sanidad no). En el libro actualiza una tesis que formuló por primera vez en los años sesenta, y que se ha dado en llamar la Enfermedad de los Costes de Baumol o el Efecto Baumol (Baumol's cost disease o Baumol Effect)

Esta es una breve explicación de la Enfermedad de los Costes de Baumol: En distintos sectores económicos la productividad aumenta, los avances tecnológicos hacen posible que, por ejemplo, construir un coche cueste ahora muchas menos horas de trabajo que hace cincuenta años. Cuando esto se produce, los salarios de los trabajadores de ese sector aumentan, porque los empresarios se pueden permitir dedicar a ello una parte del excedente adicional. En cambio, en otros sectores, la productividad no aumenta o aumenta muy poco con el tiempo. Por ejemplo, dice Baumol, una orquesta sinfónica tocando una sinfonía de Beethoven emplea hoy en día la misma cantidad de tiempo que hace cien años; y, en general, en los oficios de tipo artesanal, como por ejemplo la sanidad, o la educación, o la confección a medida, la productividad aumenta muy poco o nada. Sin embargo, los trabajadores de estos sectores presionan, al ver que los salarios de otros sectores más productivos aumentan, y exigen también aumentos, y los acaban consiguiendo. Y esto es la Enfermedad de los costes de Baumol: Dado que en los sectores con incremento escaso o nulo de la productividad los salarios también aumentan con el tiempo, y como estos aumentos no pueden financiarse con aumentos de la productividad, se financian con aumentos de los precios. 
 
En su nuevo libro Baumol pone ejemplos recientes de los Estados Unidos: Desde 1980 el precio de la educación universitaria ha aumentado en un 440%, y el coste de la sanidad en un 250%. Sin embargo, en general, los precios sólo han aumentado en el mismo período un 110%, y los salarios un 150%. Es decir, en general los salarios han aumentado más que los precios porque ha aumentado globalmente la productividad; pero en los sectores más intensivos en trabajo y más artesanales, como no ha aumentado o ha aumentado muy poco la productividad, para poder aumentar los salarios han aumentado mucho más los precios. 
 
Pienso que este concepto de Baumol ha de ser muy esclarecedor para aquellos que se interesan por la eficacia de los servicios públicos. La mayoría de los servicios públicos son intensivos en trabajo y altamente artesanales; no solo la sanidad y la educación, sino el mantenimiento de la ciudad, la limpieza, la policía… esto implica que los servicios públicos padecen la enfermedad de los costes, y en mayor medida cuanto más prestacional es el estado… el estado del bienestar es una víctima inevitable de la enfermedad de los costes.
 
Este factor cuestiona a fondo la viabilidad del estado del bienestar a largo plazo. El incremento de los costes de los servicios públicos por encima de los costes globales va a hacer cada vez más difícil no ya aumentar, sino mantener, la cartera de prestaciones públicas, dada la dificultad de incrementar indefinidamente la presión fiscal de modo redistributivo. 
 
También este factor explica la gran presencia y beligerancia de los sindicatos en el sector público: dada la escasa mejora de la productividad, sólo con presiones sindicales fuertes se sigue consiguiendo incrementar los salarios, incrementando cada vez más el coste social de los servicios públicos. 
 
También se explica muy bien desde esta perspectiva el colapso financiero del estado del bienestar en España.
 
Por un lado, hemos puesto en marcha a gran velocidad un sistema de prestaciones públicas de calidad similar a la de los países más avanzados, en algún caso incluso superior, con un soporte fiscal inferior; pero, sobre todo, hemos desarrollado estas prestaciones desde sistemas organizativos artesanales, decimonónicos, individualistas y fragmentarios. Esto nos ha situado en nivel de gasto público muy por encima del 40% del PIB, y en un nivel de déficit público tal que nos coloca al borde de la insolvencia. 
 
La productividad de nuestro sector público, por comparación a la de los países avanzados, es lamentable. Nuestros funcionarios trabajan muchas menos horas que los empleados del sector privado, y también muchas menos horas que los empleados el sector público de los países avanzados. En cambio, los salarios públicos son muy altos, sobre todo los del personal poco cualificado. Según la estadística de salarios del INE, el sector público es el tercer sector de nuestra economía con un salario medio superior, sólo superado por los servicios financieros y los seguros. 
 
Pero además el particular atraso en la adopción de sistemas organizativos modernos agrava aún más la situación. Una de las maneras de aumentar la productividad de los servicios intensivos en trabajo es la estandarización de las intervenciones profesionales. En el sector público de los países avanzados está claro que es la institución la que prescribe los métodos de trabajo, mediante instrucciones internas, manuales, protocolos de procedimiento y similares, y mediante una línea jerárquica profesionalizada que se asegura de que se cumplan, de todas todas, estos protocolos. En cambio, en nuestro país, todavía hoy muchos profesionales del sector público pretenden decidir ellos personalmente cómo deben trabajar, y a menudo lo consiguen; e incluso mantienen y alimentan una ideología del trabajo público que, con la excusa de la imparcialidad, plantea el total autocontrol personal de los métodos y criterios de trabajo. 
 
Y para qué hablar de nuestro sistema jerárquico. Tenemos en las instituciones una retahíla interminable de cargos jerárquicos, casi más jefes que indios: por arriba, casi todo nombramientos a dedazo de parientes, amiguetes, compañeros de pupitre, desempleados del partido y similares; por abajo, cargos vitalicios de funcionarios técnicos que, en teoría, compaginan tareas jerárquicas con trabajo técnico individual y artesanal: ni que decir tiene que casi todos se centran en el trabajo técnico y se olvidan del trabajo jerárquico. La consecuencia inevitable es que prácticamente todos los funcionarios trabajan sin más control ni supervisión que el de su propia conciencia, o sea que trabajan, más o menos, al 30-40% de sus capacidades.
 
Concluyendo. Tenemos en el sector público una productividad muy baja y unos sindicatos muy poderosos a los que cuesta mucho decir que no. De modo inevitable, nuestra enfermedad de los costes nos presionará hacia la insolvencia pública incluso una vez superada la etapa de depresión económica. Sólo reformas profundísimas de nuestro sistema público permitirían contrarrestar la inevitable enfermedad de los costes de los servicios públicos.
 
Thanks, Professor Baumol. 
 

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