Preparar un discurso: sangre, sudor, lágrimas (y esfuerzo)

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Por Joan Queraltó

Sir Winston S Churchill

Sir Winston Churchill, reconocido orador, dio su discurso más famoso el 13 de mayo de 1940. Hablaba ante la Cámara de los Comunes del Reino Unido, pronunciando sus primeras palabras tras ser elegido primer ministro, cuando los soldados británicos luchaban en Holanda y Noruega y se preparaban para ir al Mediterráneo, y la batalla aérea sobre Inglaterra era constante. Es el discurso llamado “blood, toil, tears and sweat”, traducido aquí por “sangre, sudor y lágrimas”. Curiosamente –o no, visto como nos van las cosas como país- en nuestra traducción siempre obviamos la palabra “toil”, que significa “esfuerzo” o “trabajo agotador”.

El considerado como mejor discurso de Churchill dura apenas cinco minutos. Como ya explicaba en un artículo anterior (“Los peligros de enrollarse dando discursos (políticos)”), nuestros miedos no deben ser nunca por hablar poco, sino por hablar demasiado. Para dar un buen discurso, lo más importante es esforzarse y trabajarlo antes, para lograr que dure el tiempo necesario para comunicar el mensaje a transmitir; no debe durar ni un minuto de más – si es que realmente queremos transmitir algún mensaje y no simplemente escucharnos en un puro ejercicio narcisista.

De la misma manera al traducir el discurso de Churchill olvidamos la palabra “esfuerzo”, parece que a muchos de nuestros políticos les da pereza trabajar sus discursos. Y es un grave error. Hay que prepararse los discursos, no sólo porque se logra brevedad, sino porque se hacen más interesantes –y, sorprendentemente, a veces logran que una parte de la audiencia los escuche con interés.

La preparación permite, entre otras herramientas, usar una estrategia tan sencilla como la repetición. La expresión “sangre, sudor y lágrimas” no era idea de Churchill. Ya la había usado antes el todavía no presidente Theodore Roosevelt, en un discurso de 2 de junio de 1897 en el Colegio de la Marina de Guerra de los Estados Unidos. Se cree que Churchill habría leído esta frase de aquel discurso, o quizás lo conocía porque era buen lector de las obras de Roosevelt de historia militar. Pero Roosevelt tampoco había sido original, ya que también se había preparado el discurso: “sangre, sudor y lágrimas” fue pronunciado por primera vez por Giuseppe Garibaldi el 2 de julio de 1849, cuando reunió a sus fuerzas revolucionarias en Roma.

¿Por qué no se trabajan algo más los discursos políticos? Seguramente la respuesta la encontramos en una afirmación de Harold Wilson, primer ministro laborista británico: “Preparar un discurso de diez minutos me cuesta dos semanas; un discurso de una hora, una semana, y un discurso de dos horas lo puedo improvisar en cualquier momento”. 



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